Veamos
ahora qué ocurre en los espacios interestelares y cuáles son los
cuerpos celestes que circulan entre los planetas y los satélites.
A
medida que ascendemos en la atmósfera, la presión disminuye, lo que
prueba que el aire se enrarece cada vez más. A cierta altura llega a
registrarse un vacío más elevado que el que puede lograrse en los
laboratorios. Cabe suponer, pues, que en el espacio cósmico reina un
vacío absoluto. Sin embargo, esto no es enteramente cierto, pues
aunque el espacio que hay entre los astros tiene un alto grado de
vacío, contiene algo de materia en forma de finísimo polvillo
cósmico de múltiple origen.
Sí
con los modernos recursos de la técnica resolviéramos enviar un
proyectil hacia Marte, por ejemplo, no sería del todo improbable que
chocase con algún cuerpo extraño antes de llegar a su destino.
Debemos, pues, completar el estudio del sistema planetario con los
cuerpos grandes o pequeños que ruedan entre los astros, y que no son
ni planetas ni satélites. Los más notables de ellos son los cometas,
por cuyo estudio comenzaremos; luego pasaremos a estudiar los
meteoritos, que son los pequeños cuerpos que pueblan el espacio, y
finalmente pasaremos a considerar la materia pulverulenta que recibe
el nombre de polvo cósmico. No obstante esa variedad de cuerpos, es
posible que al estudiar la historia de una partícula de polvo
cósmico lleguemos a la conclusión de que antes fue parte de un
meteorito, que a su vez se originó de la disgregación de un cometa.
Esto sugiere que todas las formas de materia del cosmos están,
indudablemente, vinculadas entre sí.